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Horas que vuelan, minutos que se apagan, segundos que carecen de sonido... de eso estamos hechos...
Somos fantasmas del recuerdo. Triste vals que en silenciosa danza se convirtió. Triste sonata que en requiem resurgió.
Nos mece el viento como a las hojas a mansalva; nos silencia el silencio como un grito al débil; nos dejamos llevar por la mano del fuerte; somos quiénes dejamos de ser porque fuimos quien siendo quiénes éramos somos.
No hay reloj capaz de no hacernos mirar hacia atrás, pues lo que hemos vivido, ya está vivido.
He sentido los tibios dedos efímeros e inexistentes de unas manos que tan siquiera sé si existen. Su caricia es sutil y tierna. Su roce, pugna por vencer las penas que asolan el cuerpo abatido de quien teme sin saber que viviendo siente miedo.

Cántico fantasmal que solo se escucha en sueños, que nace en mi imaginación, que apenas sé si existe. Abrigo frío de la ausencia sobrecogedora. Silencio latente del pasado entre sombras y luz.
Observaba respaldada por la umbría entre la pálida claridad del sol que se filtraba por el pulido cristal de la ventana.
Siempre sola, siempre triste... El taciturno rostro ensombrecido por la negrura que la envolvía. Las mustias rosas sufriendo el tormento que no es suyo, sino de la bella rosa que con sus dedos frágiles y ya cansados, acariciaba las notas que nacían para morir en oídos de nadie y de todos.

Yo, como su sombra, a tan solo unos pasos de entrar a la sala, sentarme con ella, tocar juntas el piano que nunca aprendí a tocar, decirle "te quiero" y quedarme a su lado para siempre.
Pero nunca mis pasos se adentraron en esa sala, nunca me senté a su lado, nunca tocamos juntas el piano, nunca le dije "te quiero", e incluso nunca me quedé a su lado para siempre.



Afligida y con el dolor como una pesada carga de plomo sobre la frágil espalda que se me antojaba de débil cristal, emprendía siempre el camino de vuelta a ninguna parte, pero lejos de ella, la persona que abandoné hace tanto sin nunca haberla abandonado.
Tantas veces protegiéndola, tantas veces luchando con los demonios que amenazaban con invadir sus sueños y morar en sus noches, tantas veces maldiciendo hasta al suelo que le hacía daño al caer, tantas veces suplicando que no temiera para no tener miedo yo... Y ahora la estaba dejando sola en el mismo lugar que yo tanto temía: el olvido

Pero nunca estaba sola... Aunque ella no lo supiera, hasta en sus noches en vela yo fingía que dormía para estar a su lado si me necesitaba. Hasta cuando creí odiarla me odié a mí misma por querer odiarla. Hasta cuando creía que la odiaba me sorprendía gritándola "te quiero" en silencio, pero a voces... porque se puede gritar sin voz, se puede reír sin risa y se puede llorar sin lágrimas...
Ahora no sé si la odié a ella o me odié a mí. No sé si me salvé a mí o a ella. No sé si es mi voz la que habla o la suya. No sé si es mi aire el que respiro o el suyo. No sé si es mi voz la que escucho, mis ojos los que miro, mi pelo el que toco, mi aroma el que respiro, mi silencio el que escucho, mi corazón el que late...

Su Caja de Pandora... Esa soy yo... Quien guarda sus miedos, quien acoge su mal, quien sepulta sus temores para nunca dejarlos salir y guardar su sufrimiento, quien se alza victoriosa ante cualquier lucha aunque haya sido derrotada, quien en silencio habla todo lo que  duele en su alma, quien en sus secretos esconde el veneno de esos temores que me hacen invulnerable a cualquier mal.
Escucho, callo, guardo, escondo, camuflo, finjo, silencio, callo... derroto, rompo, oculto, callo... Siempre callando...
Silencio secreto... Silenciando al propio silencio si el silencio doliera más que su propio silencio.
Ahora tengo en mis manos la llave que guarda todos sus males, todos mis males, todos nuestros males... Miedos y quimeras que se rompieron... Otras que nacieron y que temen morir. Sueños resquebrajados que temen ser entregados al olvido...

He roto la oscuridad que reflejaba la perpetua sombra tras sus pasos. Ya no soy la sombra que, muda en su sigilo, perseguía la huella que quedaba en el pasado a cada segundo que este moría dando a luz a un nuevo futuro.
Ahora vuelvo a ser esa niña que se sentaba junto a ella en el piano. La misma que sigue sin aprender a tocar. Esa que teme lo que está por venir. La misma que odia tanto como ama lo que ya quedó atrás.
Llorar sigue doliendo, pero duele menos si sus manos vuelven a enjugar mis lágrimas; si son sus ojos los que vuelven a mirarme; si son sus labios los que me sonríen... Duele menos si es su mano la que me levanta si me caigo, si son sus brazos los que me estrechan si me falta el aliento, si son sus palabras las que sanan mi tiempo desperdiciado...
Pero ya no soy esa sombra...

"Más que mi propia vida"... Así reza este final que nace para sumirse en el vacío de lo que nunca será y pudo ser. Pero nunca el tiempo se pierde y, ahora, como un recodo en la solitaria esquina de un callejón oscuro apartado del mundo, como el siseante soplido del viento en las calladas noches, como esa esquina silenciosa, o el hueco desolado, callo y silencio mis palabras que nacen para ser la voz del silencio que agoniza entre las letras mudas de lo que se ha escrito y, sin voz,  pide silencio a gritos.



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Durante mi estancia en Dragen (la aldea más cercana a Durmstrang), me alojo en una cómoda posada, cuyo dueño Karl Svazzgen, me habló del Cementerio de Dragen, en el que tal vez pudiera encontrar algo de información sobre la familia Grindelwald-Galder.

Los Grindelwald-Galder son la familia del primo hermano de Gellert Grindelwald, formada por Ronan Grindelwald y Ada Galder, proveniente de una familia de magos famosos en Noruega por su estatus de sangre pura y por estar muy relacionados con las Artes Oscuras.

Al final de la aldea, donde se encuentra el embarcadero en el que atraca el famoso barco que traslada a los alumnos hasta el Instituto Durmstrang, se encuentra el Gamleveien (Camino Viejo) Karl me había hablado de que, a través del Camino Viejo, se llevaba al viejo cementerio.
Por el camino puedo ver pequeñas casas con aspecto de abandono. Todas ellas, tienen el mismo aire gótico y siniestro del pequeño pueblo medieval. 

Al final del camino de subida del Gamleveien, puedo ver la parroquia gótica, un puñado de ruinas. Un letrero de madera, indica que tras esta, está el cementerio.

El cementerio está cercado por una tapia semidurruída con el enunciado Gravlund (Cementerio en lengua Noruega). Las tumbas son góticas, siniestras, y el ambiente está cargado de tristeza. No hay ninguna lápida con el apellido Grindelwald, pero poco después reparo en un Mausoleo de piedra, con la inscripción GRINDELWALD - GALDER

Me aparezco dentro del Mausoleo. Es de planta circular, y el aire está viciado y es húmedo. En el centro hay dos lápidas de estilo medieval. Son las tumbas de Ronan y Ada, cuyas figuras mortuorias sobre la lápida, se dan la mano en señal de amor eterno.

Alrededor, están el resto de las tumbas. Veo la de Aimeé Raven, segunda esposa de Ronan, y madre de Stanislav, enterrado junto a ella. También veo la tumba de Maximilian y su esposa Melanie Rainer. Solo veo una tumba más aparte de la de Melanie y Maximilian, la de Agathe Grindelwald, cuya fecha de nacimiento y muerte solo dista trece años, y en cuyo epitafio puedo apenas traducir del Noruego original según mis escasas nociones, que falleció trágicamente a causa de una enfermedad virulenta. Pero no hay rastro de la tumba de Vladislav Grindelwald, hijo de Maximilian. 

¿Donde está?

Por la tarde le envío a mi cuñado Percy una lechuza pidiendo que busque en los registros del Ministerio cualquier dato sobre Vladislav Grindelwald. Me devuelve la lechuza diciéndome que Vladislav murió a manos de los Aurores en la Segunda guerra Mágica, ya que luchaba al lado de Voldemort, pero esa es la única información que puede darme.

Mi búsqueda debe continuar. 

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Hoy he salido de la posada, de noche. Quería volver a acercarme al embarcadero, ver si de verdad, en Cliff Huset, había una luz encendida.
 Llegué al embarcadero en noche cerrada. De lejos podía ver la casa del Acantilado, alzándose sobre el embravecido mar del norte, y distinguí una luz parpadeante en su interior. Cuando estaba ahí, oí un ruido. Desde el Gamleveien (Camino Viejo), una anciana con un pañuelo negro atado a la cabeza, caminaba hacia mí, sosteniendo un farol con una vela encendida.
   -Unge mann, ikke gå alene i disse delene ... En skygge bor disse skogene (1)
 Me acerco a ella un paso y la digo:
   -Disculpe, no la entiendo...
 La anciana señala la casa del acantilado.
  -Huset er forbannet. Og skygge beskytter(2)
Yo miro la casa que señala. La pregunto:
   -¿Quien vive ahí?
 Pero ella tampoco me entiende.
  -Hun lar ikke hvem som helst i nærheten av huset. Gå hjem(3)
 Y diciendo esto, continua su camino hacia la aldea, mientras yo contemplo la casa, y la débil luz encendida en su interior. Pero mientras contemplo la oscuridad del Mar del Norte, siento una presencia. Alguien me observa. Escudriño el sendero que lleva hasta Cliff Husset, lleno de árboles y arbustos nevados. La negrura de éste parece infranqueable. Siento que alguien me observa desde allí.
   -Lumos
Digo, y enciendo una pequeña luz. Pero no es suficiente.
   -Lumos Máxima!
 La luz atraviesa la negrura, y veo una sombra acurrucada entre los matorrales, una mujer envuelta en una capa negra, cuyo rostro no alcanzo a ver. Esquiva mi Desmaius y huye entre los árboles, mientras yo la persigo. Corro tras ella a través del bosque, mientras los dos nos lanzamos hechizos que nos esquivamos el uno al otro, hasta que finalmente un Desmaius la derriba. Cuando está inmóvil y tendida de bruces sobre la nieve, corro hacia ella, pero de pronto se gira hacia mi
   -¡Expelliarmus!
 Exclama, y la varita sale despedida de mis dedos. reacciono con rapidez para volver a recuperarla, pero ella es más rápida que yo y su hechizo me da de lleno lanzándome varios metros hacia atrás. Cuando trato de incorporarme, la Mujer de la Capa está muy cerca. Alza la varita y me apunta con ella:
   -¡CRUCIO!
 Grita. La maldición imperdonable me invade, siento la potencia de su magnitud en mis músculos. Noto como si millones de alfileres ardientes se me clavaran en el cuerpo. Trato de no gritar, y de mantenerme firme, pero el dolor me acaba derribando y me retuerzo sobre la nieve a merced de la mezquindad de aquella mujer.
 Cuando finalmente, tras insoportables segundos bajo tortura, ella suelta el hechizo, se agacha y me coge del pelo para levantar mi cabeza, acercando su cara a la mía. Masculla:
   -No vuelvas a acercarte a este sendero, Harry Potter. Ten cuidado. Tu y tu encantadora mujercita.
 Tras decir esto, me suelta y se va, corriendo entre los árboles, mientras que yo, impotente, veo como se escapa.




 (1)Joven, no vayas solo por estos lares ... Una sombra habita estos bosques
 (2) La casa está maldita, y la sombra la protege.
 (3)Ella no deja que nadie se acerque a la casa. Vuelva a casa. 
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