Te escribo estas líneas
sabiendo que nunca las vas a leer porque ni siquiera sé quien eres,
igual que tampoco tú sabes quien soy yo. Eres tú, la que nunca
sabrás quien soy porque nunca quisiste saberlo.
Esta carta nunca te
llegará: ¿Por qué? Porque no sé quien eres. No te tomaste la
molestia de decirme a donde ibas cuando decidiste dejarme allí, en
la puerta trasera de la juguetería de aquél hombre con quien
jugaste un tiempo hasta que decidiste marcharte sin darle más
explicaciones, mi padre.
Él nunca me dijo tu
nombre, por eso eres para mi simplemente esa desconocida a la que de
vez en cuando le escribo cartas. Tampoco se lo he preguntado nunca.
¿Por qué iba a querer saber el nombre de quien ni siquiera se dignó
en darme uno? Me diste la vida, pero no me diste un nombre, huérfana
hasta de eso, me dejaste con una carta en la que te excusabas
diciendo que era lo mejor para mi, porque no estabas preparada para
ser madre, pues ni siquiera lo estabas para ser una persona.
¿Sabes qué? Muchas
veces te he dado las gracias por esa decisión. Gracias por haberme
abandonado, Desconocida, me dejaste en las manos del mejor hombre del
mundo. Seguro que eso fue lo único bueno que hiciste en tu vida,
estar con él, mirarle a los ojos y pronunciar su nombre. No siento
tristeza por ser una niña cuya madre abandonó a los pocos días de
haber nacido, sin seguramente haber tomado el pecho de su madre, y
sin ni siquiera un nombre, sino que estoy orgullosa de ser quien soy,
la hija del juguetero.
¿Y para que quería un
nombre dado por una desconocida? Mi padre me llamó Ever, después de
decirme que Nunca me dejaría sola.
Cada vez que alguien
dice mi nombre, está renunciando a algo. ¿Eso crees, Desconocida?
Nunca no siempre es una renuncia o una rendición. Nunca también
puede ser una promesa, porque a veces, Nunca, significa lo mismo que
siempre.
Porque decir “Nunca
voy a irme de tu lado”, significa lo mismo que decir “Siempre
estaré contigo”
Las cosas no son nunca
lo que siempre parecen, Desconocida.
Hoy es un día especial
para el resto del mundo. Cada hijo tiene en su madre a su redentora,
su heroína. Pero para mi no es nadie, tan solo esa mujer a la que le
debo tener el padre que tengo. No me acuerdo de ti, ni te echo de
menos. ¿Por qué iba a hacerlo?
Tu no estuviste a mi
lado el día que descubrí que mi infancia se borraba con una mancha
de sangre en la cama, mientras que yo intentaba aferrarme
desesperadamente a la niña que aún quería ser y que no he dejado
morir todavía dentro de mi. No estuviste a mi lado el día de mi
primer desprecio, cuando sentí por primera vez que no encajaba en el
círculo de otras personas por ser inferior o por tener un estatus de
sangre menor. No estuviste en cada decepción, en cada enfado, en
cada noche en vela pensando en aquellas preguntas que no tienen
respuesta ni sentido, pero que no dejamos de preguntarnos.
No estabas cuando
llovía, cuando me di cuenta de porque me había importado tanto que
siempre me ignorara, aunque no quisiera reconocerlo. No estabas
cuando decidí sonreír para arrepentirme después de haberlo hecho
porque todo tenía como explicación un maldito uniforme nuevo. No
estuviste consolándome cuando lloré a solas porque me dolía la
mano a mi más que a él su mejilla después de pegarle por haberme
insultado. No estuviste ahí para entender mi odio, ni para
aconsejarme, ni has estado para ser la confesora de todos mis sueños
malditos, de toda mi rabia contenida, de todos mis esfuerzos por ser
vista por esos ojos grises que solo me han mirado con desdén desde
aquél primer encuentro en el pasillo del Expreso de Hogwarts, cuando
se le cayó la varita y me agaché para recogerla, sin recibir ni un
mísero gracias cuando se lo extendí.
Tú no has estado para
enseñarme a hacer tartas o a jugar, no has estado conmigo nunca, ni
cuando quería que estuvieras, ni cuando quería que no existieras.
Ni estuviste ayer, ni
estás hoy, ni estarás mañana. No estarás cuando yo también sea
madre, ni sabrás si tus futuros nietos tendrán tus ojos o los de su
padre... Pero, ¿qué más te da? Tú no quisiste que estuviera en tu
vida, y yo me alegro de que no hayas estado nunca en la mía.
Adiós, querida
desconocida. No te envío esta carta, porque eres una desconocida, y
aunque no lo fueras, tampoco te la enviaría. Prefiero que seas la
Desconocida madre de tu desconocida, la que nunca sabrás quien es,
porque tal vez ni ella misma lo sepa.
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Ever Dawson