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A veces pensamos que todo cuanto acontece en esos límites que no atisbamos, que todo lo que ocurre más allá de las barreras que nunca pensamos atravesar, es algo irreal... Pero a menudo nos equivocamos.
Muchas veces he pensado que todos los sueños que guardamos en nuestra almohada cuando somos niños, son los que mitigan los temores que nos asolan cuando las quimeras se evaporan al ser mayores.
Pero he llegado a comprender que no todo lo irreal puede serlo y que la magia más grande no se halla en los libros ni en los sueños, sino en la realidad más alcanzable.

Corría una brisa cálida y sutil que parecía querer jugar con mi cabello en sus inexistentes manos. Un sol brillante en plena mañana de agosto alumbraba cada rincón.
De la mano de una elegante y hermosa mujer de cabellos oscuros y esbelta figura, caminaba una niña cuyas ilusiones latían en su pensamiento y se abrían camino bajo su pecho, acelerando su corazón. Esa niña, era yo.
La otra mano era sostenida por alguien tan igual a mí como diferente y, tan solo unos pasos más adelante, un apuesto caballero cuyos dorados cabellos resplandecían bajo la luz, sostenía en sus brazos a la pequeña que seguiría acompañando sus días cuando el tren partiera rumbo a ese castillo en el que sería escrita mi historia.
Adentrarse en "Ollivander's" era como uno de esos sueños hechos realidad. Había ansiado tanto ese momento que todo me parecía un universo paralelo en el que cualquier cosa era  posible.

Unas campanillas parecieron sonar cuando mi padre empujó la puerta. Yo lo observé todo a mi alrededor, maravillada. El señor Ollivander elevó la vista por encima de sus gafas cuando nos vio entrar. Saludó a mis padres llamándoles por su apellido y después, se dirigió a nosotros con sorprendente amabilidad en su severo rostro.
-La familia al completo, señores... ¿En qué puedo ayudarles? -Preguntó aún sabiendo la obvia respuesta a esa pregunta.- Oh, ya sé... ¿buscan una varita, tal vez? -comentó con una leve sonrisa.-
-Así es, señor Ollivander...- afirmó mi madre apretando nuestras manos. Mi padre me dedicó una cálida sonrisa al advertir mi nerviosismo. Tanto tiempo queriendo tener una varita en mis manos y ahora me temblaba el pulso. Ya no tendría que jugar con una falsa varita hecha con la rama de los árboles, sino que ahora tendría una de verdad y, además, podría hacer magia.

-Bien, empecemos pues...-dijo el tendero antes de detenerse un momento: -Primero usted, señorita, aunque ya he de decir que las varitas serán, cuanto menos... similares... -explicó tras escudriñar nuestros ojos antes de perderse en los montones de varitas y rebuscar entre ellas con acostumbrada soltura.
Me fijé en sus ropas tan humildes y tan corrientes que le hacía parecer alguien normal, pero no lo era, pues la mente del señor Ollivander es muy compleja y pude comprobarlo cuando volvió a posicionarse tras el mostrador con un par de cajas en la mano. Abrió una y, con un pulso algo acelerado a causa de la edad, me la tendió.
Yo observaba ensimismada la hermosura de su oscura madera tallada. Ya estaba acostumbrada a ver varitas, pues mis padres las tenían, pero quizás por el mero hecho de saber que esa podía ser mía, me hacía sentir diferente.
Tomé la varita con cuidado y sentí su peso. Era extraño, pero fascinante.

Ébano, veinticinco centímetros,  núcleo de pelo de unicornio, flexible... Esa era la varita que tenía en mi mano, y no me eligió...
Con solo agitarla levemente expulsé contra la pared un reloj de arena que adornaba el mostrador de madera oscura. Dí un respingo al escuchar el chasquido del cristal contra la pared de enfrente y seguí con la mirada el rastro de la arena al caer al suelo.
Recuerdo que me alcé de puntillas para poder observar cómo había quedado el reloj, ya que mi estatura y la distancia a la que me encontraba, no me permitían ver lo ocurrido al otro lado del mostrador.

-Lo siento...- Me disculpé vacilante justo antes de que el señor Ollivander me entregara la otra varita que había traído consigo.
Una caja de color plateado y negro guardaba en su seno una magnífica varita cuya empuñadura tallada parecía tan elegante y sobria como delicada y sutil...
La sujeté con firmeza sin dejar de admirar cada detalle, y pude sentir como algo parecía querer aferrarse a mí.
-Eso es...- murmuró el señor Ollivander. Entendí que la varita me había elegido. Y entonces supe que yo jamás habría podido elegir una, pues no somos los magos ni las brujas los que estamos destinados a elegirlas, sino que son ellas quienes deciden a quien atarse para siempre.

-Aliso, 22 centímetros, rígida, núcleo de pelo de unicornio. La madera de aliso es inflexible, sin embargo he descubierto que su dueño ideal no es cabezota u obstinado, sino que a menudo le gusta ayudar, es considerado y una persona de lo más agradable. Mientras que la mayoría de las varitas buscan similitudes en el carácter de aquellos a los que servirán con más aptitud, el aliso es inusual puesto que parece desear una naturaleza que es, si no totalmente opuesta a la suya, sí ciertamente bastante diferente. Cuando una varita de aliso encuentra a su dueño se convierte en una ayudante magnífica y leal. De todos los tipos de varita, el aliso funciona mejor con encantamientos no verbales, de ahí le viene su reputación de ser la varita más adecuada para los magos y las brujas más avanzados.

Son fuertes y enfrentan los conflictos que se les presenten. Naturalmente consiguen pasar los obstáculos que les pone la vida. Son cariñosos y afectivos, pero también inquietos, codiciosos, competitivos y sarcásticos hasta el punto de alcanzar la crueldad en algunas ocasiones.
De personas con poca confianza en sí mismos, pero muy dotada para el estudio, que se aferra con fuerza a los libros. Tiene un gran sentido de la responsabilidad y, probablemente se exija demasiado y, por ello, se agobia. En cuanto a asignaturas, su varita es perfecta en oclumancia, legeremancia y transformaciones.

Recuerdo que me sonrió y que entonces yo también sonreí y me sentí completa. Algo me decía que esa varita me había elegido porque no quería separarse de mí jamás, de hecho, su madera se hace leal a su dueño.
Mis padres hicieron el pago y, cuando terminamos las compras, salimos los cuatro juntos poseyendo algo que sería imprescindible al comienzo de nuestra vida en el mundo de la magia.

-Papá, mamá... Os voy a echar mucho de menos cuando coja ese tren...-dije feliz a la vez que triste y temerosa.
-Pero cuando te quieras dar cuenta, estaremos de nuevo juntos, pequeña...-dijo mi padre acariciando mi cabello. Y, tras esos segundos que transcurrieron desde que dejamos atrás Ollivander's y entablamos esas palabras, paseamos por el Callejón Diagón durante toda la mañana hasta que hubimos terminado las compras.
No solté en ningún momento las manos de mis padres ni dejé de sentir que todo era perfecto si todos estábamos juntos siempre.
Lealtad: eso era lo que me había entregado mi varita al elegirme.




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